Hasta la llegada de la Corte de Felipe II en el siglo XVI, Madrid era una villa semirrural, el agua no llegaba hasta las casas, carecía de cloacas y solo disponía en las calles de unas zanjas, las esguevas, a las que iban a parar las aguas domésticas arrojadas desde las casas al grito de “agua va”, así como las pluviales.
El abastecimiento de agua era mediante aljibes y pilones en las plazas junto a las puertas y murallas, y no es hasta la edad moderna cuando se empiezan a hacer fuentes públicas.
Los fontaneros de la Corte y Villa recurrieron a los antiguos sistemas de captación y conducción legados por los árabes, los llamados “viajes de agua” para el suministro de agua, que eran galerías subterráneas que canalizaban el caudal captado en manantiales.
Uno de los más famosos fue el “viaje de Amaniel” también llamado de Palacio, por que recogía el agua de un manantial que nacía en la Dehesa de la Villa y la transportaba hasta el Palacio real.
La Alcantarilla del Arenal vino a paliar el problema de la evacuación de las aguas sucias, por eso se canalizó para que desembocara en el arroyo de Leganitos, en algún punto de la actual Cuesta de San Vicente.
Hoy en día podemos ver los restos arqueológicos de esta época en el museo arqueológico bajo tierra de Madrid llamado Los Caños del Peral, en la estación de Metro de Ópera.
Y no es hasta el Siglo XIX, cuando el aumento de la demanda obliga al Ayuntamiento a iniciar un proyecto muy ambicioso de abastecimiento de agua a la ciudad mediante la construcción de un canal desde el río Lozoya, llamada Canal de Isabel II, refrendado por Bravo Murillo.
Así que no hace tanto tiempo que las viviendas en nuestra ciudad no tenían agua corriente, y algo que en nuestra época vemos como normal, ha ido evolucionando hasta llegar a lo que ahora conocemos y disfrutamos.
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